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El.Pistacho.Veloz

La calle Tárkányi Béla

La calle Tárkányi Béla Había un perro que salivaba cada día a las tres, porque solía recibir su comida a esa hora. Babeaba a las tres, incluso aunque no le trajeran los friskies.

A mí me sucede algo parecido con la calle Tárkányi Béla.

Esta ciudad, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha sido nombrada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, ni lo será. Pero tiene rinconcillos, como la calle Tárkányi Béla.
Es una calle agradable, con casitas pequeñas, la Iglesia alta de la iconostasis, y, al final, la tienda de lámparas.
Nada extraño. Sin embargo, cada vez que la recorro siento miedo.

Miedo porque, da igual que vaya por la acera derecha o por la izquierda, siempre hay un perro escondido detrás de una valla que se pone a ladrar como un condenado justo en el momento en que yo paso por allí. Cada vez que paso por la calle Tárkányi sé que cualquiera de los perros de esa calle, apostados en cualquiera de las vallas de cualquiera de esas inocentes casitas, van a hacerme saltar dos metros del respingo.

Tengo miedo desde que entro en la calle, porque el susto cambia de sitio, aunque los perros quizá ese día no ladren...

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